Inevitable
Solo tenía que entornar los ojos, ignorar la fuerte luz
solar que entorpecía su visión y descifrar el brillo que aquellos ojos
oscuros le devolvían. Solo tenía que continuar andando- con pasos
cortos que buscaban extender el tiempo- sin dirección alguna, pero coordinados, como siempre. Dejar de
jugar con las manos, deshacer el nudo en su lengua y disolver el peso en su
estómago y, de paso, suprimir aquella errática sensación que la hacía tiritar
cada tanto...
Era sencillo, pero resultaba inevitable fallar.
No recordaba un camino distinto.
Había escarbado en lo más profundo de su ser, en los
rincones donde la luz era escasa y se almacenaban todos los restos de antiguos temores. Había observado su reflejo y buscado en las pozas profundas que eran sus ojos, algún
vestigio de aquel olvido que había procurado edificar simulando las formas de
un ominoso amurallado adornado por cardos letales, dividida así su existencia
entre la nostalgia y la alegría fragmentada de una vida desigual.
La búsqueda resultó estéril: era inevitable.
No lograba identificar el error. El tiempo tendría que haber
ejercido su magia en ella, borrando aquella sombra que velaba el pardo de sus
ojos. Era fuerte ésta vez, en sus ojos las lágrimas nunca encontraban
nacimiento y la inflexión de su voz suave se había extinguido conforme sus
manos habían cobrado la fuerza necesaria para levantar cada trozo regado en
el llano.
¿Porqué no tenía la
fuerza para apartar los ojos?
Sencillo: era inevitable.
Lo llevaba adentro, sumergido entre las mareas estruendosas
de su mente, esa vorágine de sentimientos que no lograban más que renovarse a partir de las cenizas que dejaron ya hacía un tiempo atrás. Esa vorágine que se escapaba
en un latido desbocado, ansioso de encontrar el ritmo idílico de aquella
melodía conocida.
Comenzó a reírse en cuanto cayó en cuenta y el par de ojos
oscuros se fijaron en ella, detenida en mitad de la calzada, asaltada por una
risa que tintineaba como cascabeles en los masculinos oídos. Soltó un suspiro y
una sonrisa ladina asomó por sus labios mientras ella lo observaba, ésta vez en
serio, demostrándole lo que él conocía bien: aquella sensación de inevitable
reconocimiento.
Ella se río un poco más y posó una mano en su hombro con
familiaridad.
“Caminemos”
“¿Hacia dónde?”
“¿Alguna vez eso ha importado?”
Él la miró y quiso decirle que nada era como antes, aunque
supiese que aquello que importaba se mantenía incólume y firme en su posición.
Ella negó y con una sonrisa en los ojos, lo llamó por aquél nombre que solo
ella podía otorgarle.
“Te contaré la
historia de cómo nos conocimos, y nos detendremos en el punto exacto en el que
tú decidas, lobo”
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