Sunday, January 18, 2015

Inevitable


Solo tenía que entornar los ojos, ignorar la fuerte luz solar que entorpecía su visión y descifrar el brillo que aquellos ojos oscuros le devolvían. Solo tenía que continuar andando- con pasos cortos que buscaban extender el tiempo- sin dirección alguna, pero coordinados, como siempre. Dejar de jugar con las manos, deshacer el nudo en su lengua y disolver el peso en su estómago y, de paso, suprimir aquella errática sensación que la hacía tiritar cada tanto...

Era sencillo, pero resultaba inevitable fallar.

No recordaba un camino distinto.

Había escarbado en lo más profundo de su ser, en los rincones donde la luz era escasa y se almacenaban todos los restos de antiguos temores. Había observado su reflejo y buscado en las pozas profundas que eran sus ojos, algún vestigio de aquel olvido que había procurado edificar simulando las formas de un ominoso amurallado adornado por cardos letales, dividida así su existencia entre la nostalgia y la alegría fragmentada de una vida desigual.  

La búsqueda resultó estéril: era inevitable.

No lograba identificar el error. El tiempo tendría que haber ejercido su magia en ella, borrando aquella sombra que velaba el pardo de sus ojos. Era fuerte ésta vez, en sus ojos las lágrimas nunca encontraban nacimiento y la inflexión de su voz suave se había extinguido conforme sus manos habían cobrado la fuerza necesaria para levantar cada trozo regado en el llano

¿Porqué no tenía la fuerza para apartar los ojos?

Sencillo: era inevitable.

Lo llevaba adentro, sumergido entre las mareas estruendosas de su mente, esa vorágine de sentimientos que no lograban más que renovarse a partir de las cenizas que dejaron ya hacía un tiempo atrás. Esa vorágine que se escapaba en un latido desbocado, ansioso de encontrar el ritmo idílico de aquella melodía conocida.

Comenzó a reírse en cuanto cayó en cuenta y el par de ojos oscuros se fijaron en ella, detenida en mitad de la calzada, asaltada por una risa que tintineaba como cascabeles en los masculinos oídos. Soltó un suspiro y una sonrisa ladina asomó por sus labios mientras ella lo observaba, ésta vez en serio, demostrándole lo que él conocía bien: aquella sensación de inevitable reconocimiento.

Ella se río un poco más y posó una mano en su hombro con familiaridad.

“Caminemos”

“¿Hacia dónde?”

“¿Alguna vez eso ha importado?”

Él la miró y quiso decirle que nada era como antes, aunque supiese que aquello que importaba se mantenía incólume y firme en su posición. Ella negó y con una sonrisa en los ojos, lo llamó por aquél nombre que solo ella podía otorgarle.


“Te contaré la historia de cómo nos conocimos, y nos detendremos en el punto exacto en el que tú decidas, lobo













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